Para quienes no tengan muy claro aquello de los paroxismos, por favor sigan leyendo y, desde luego, acudan de cabeza a cualquiera de los conciertos que bajo dicho título conforman la próxima temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España, para salir de toda duda. “Llegó el momento de poner nuestras emociones al límite. La música se encamina hacia la mayor de sus intensidades. La vida nos es revelada a través de la exaltación de las pasiones que le dieron su razón de ser. Odios, miedos, tristezas, amores, todo será conducido a su extremo, hasta las últimas consecuencias. Prepárense para sentir como nunca antes habían sentido”.
Hay quienes afirman que no se deben tener muchas expectativas en la vida. ¿Qué sería de nosotros si Mozart, Beethoven, Shostakovich o Mahler no las hubiesen tenido? No esperanzarse y emocionarse es un imposible al ver sobre el papel las músicas y sus conexiones que la Nacional nos ha preparado para su próximo ciclo sinfónico. Un buen número de partituras de las que hablaré, en unas pocas pinceladas, en las siguientes líneas, sin llegar seguro a poder plasmar esa sensación de presión sobre el pecho que nos une de manera indisoluble a la butaca y nos arroja hacia lo alto, elevándonos, golpeándonos, acariciándonos… llevándonos hacia nuestros extremos… haciéndonos parte de ellas mismas, de cada música… haciéndonos parte de nosotros mismos.
No esperanzarse y emocionarse es un imposible al ver sobre el papel las músicas y sus conexiones que la Nacional nos ha preparado para su próximo ciclo sinfónico
Abrirá de nuevo la temporada el gran pianista Nikolay Lugansky, quien se enfrentará junto a Juanjo Mena al Concierto para piano nº3 de Rachmaninov, uno de los más complicados del repertorio, en el que aunará elegancia y temperamento a partes iguales.
Si existen dos obras que sean clara muestra del paroxismo musical, esas son a las que recurrirá David Afkham entre septiembre y octubre. La consagración de la primavera, aquella mezcla de pueril barbarie y primitiva y frenética expresión de Stravinsky que llevó a la locura a quienes asistieron a su estreno, y la monumental, pero no por ello monolítica Gurrelieder de Schoenberg, todo un reto de camerísticas sonoridades y especial significado en la evolución-revolución de la historia de la música. Dos partituras que sin dudarlo un momento dejarán sin aliento a quienes acudan al Auditorio. Por si fuera poco, a Stravinsky se suman Los incensarios de Río-Pareja y el desasosegante Concierto para violonchelo nº2 de Shostakovich, reflejo de su atormentada existencia, con Alisa Weilerstein como solista.
Para abrir noviembre, una batuta privilegiada como la de Marin Alsop, alumna aventajada del genio Leonard Bernstein, de quien ahora celebramos su centenario. A él precisamente acudirá, con sus Chichester Psalms, unidos a la sensacional Tercera sinfonía de Saint-Saëns. “Lo que he logrado aquí, nunca lo volveré a lograr”, sentenció.
Un privilegio de esos que se recuerdan generación tras generación será la unión de la Nacional, Christoph Eschenbach y Anne-Sophie Mutter, reina, diosa, madre y espíritu santo del violín actual. Interpretarán el Concierto para violín de Brahms, que contiene una de las melodías más maravillosas de toda la historia de la música. Junto a él, John Williams, conocido por todos los amantes del cine y la Octava sinfonía de Dvorák. No puede pedirse más.
Por su parte, Mena además nos tiene preparado un genial Tríptico Schubritten, en una mezcla tan perfecta como enigmática entre las sinfonías de Franz Schubert y las obras concertísticas y el War Requiem de Benjamin Britten. Una suerte de Muerte entre las flores coheniana: “entre hermanos”, “el hombre contra el hombre” o “vals que agoniza”, con el sinfonismo del alemán y composiciones surgidas del horror del inglés. Así, podremos comprobar como el clasicismo tardío de la Sexta y la Novena de Schubert engarza a la perfección con el Concierto para violín de Britten, surgido tras el dolor de la Guerra Civil española; cómo un War Requiem con reparto de campanillas (Marbeth, Bostridge y Goerne) casa a la perfección la Inconclusa; o como el Concierto para piano descubre nuevas latitudes frente a la Cuarta y la Quinta.
Gustos y emociones para elegir. Sea cual sea la suya, recuerde, prepárese para ser conducido al límite de ellas
En esta última propuesta, se escuchará también una selección del ballet La Gitanilla, sobre la obra de Cervantes, con música del compositor español más reconocido y querido: el turolense Antón García Abril, a quién la Nacional rinde homenaje en su 85 cumpleaños, también con su Hemeroscopium.
Con Afkham, febrero abre con el culmen del drama, de lo dramático, de la angustia de vivir. Mahler en una de sus mayores declaraciones de lo que la vida suponía para él. Su Sexta sinfonía suena “como el golpe que el hacha propina al tronco del árbol para derribarlo”. Por algo se la conoce como “Trágica”. Nosotros huyendo, como Mahler, de todo aquello que somos y seremos. El gozo y el dolor tan sólo están divididos por una delicada línea.
En abril, de la mano de Richard Wagner y Josep Pons, moriremos de amor. “Excesivo y superlativo”, como bien decía Baudelaire (Baudelaire!) del genio alemán. Con la inmolación de Brunhilde, con el dúo de amor de El Ocaso de los dioses… y con la muerte de amor de Isolde, que no es sino la mayor expresión de desolación ante la pérdida de lo amado jamás imaginada.
Sin apenas tiempo para coger aire, a finales del mismo mes la Nacional nos encaminará hacia los límites del alma humana, de nuestro interior, con dirección de Krzysztof Urbánski en un programa idílico compuesto por el Concierto para piano nº1 de Brahms (con Benjamin Grosvenor como solista) y la Quinta sinfonía de Beethoven. Dos titanes. Dos gritos en la noche. Dos corazones arrebatados. Si están dispuestos a encontrarse con ustedes mismos y volver a sentir como les quema el pecho, este es su concierto.
Ya en mayo, cuando se recuperen (si es que pueden) de estos dos latigazos, “hablaremos del Gobierno”. De ídolos e ideales con David Afkham; de Beethoven ante Napoleón, de Shostakovich ante Stalin. No siempre nuestros ídolos parecen poder soportar los ideales que los levantaron. El Concierto para piano nº3 del alemán (con Arcadi Volodos) y la Séptima sinfonía del ruso, la “Leningrado”, que es (si es posible) un homenaje a los caídos, a las víctimas de la tiranía y una exaltación de los valores por los que estos sufrieron. El poder lo corrompe todo.
Miguel Harth-Bedoya y Agustin Hadelich nos mostrarán como el Concierto para violín nº2 de Bartók también bebe mucho del dolor, del frío exilio del compositor en Estados Unidos y del horror nazi en Europa; y para cerrar el mes, Antonio Méndez nos regalará la monumental Alexander Nevsky de Prokófiev, todo un héroe nacional por el que suspira la Madre Rusia. A su lado, la belleza del Concierto para violín de Camille Saint-Saëns (con Joshua Bell), por el que Sarasate suplicó que nadie lo tocase antes que él.
A la Nacional aún le quedarán Respighi junto a Rachmaninov y la conmemoración de los 200 años del Museo del Prado con el estreno de Desert, de Ramón Humet, y cerrarán la temporada con Juanjo Mena mirando hacia su tierra, con las Diez melodías vascas de Guridi y el Concierto para violochelo de Dvorák; un canto (porque el instrumento solista, aquí en manos de Truls Mork, no deja de cantar) a las raíces del compositor, hacia sus formas y colores, a todo aquello que podemos sentir como nuestro sin ser nuestro, tal y como unos meses antes, en marzo, Semyon Bychkov nos enseñará en una clara exaltación patriótica de Smetana que ha traspasado todas las fronteras: Ma Vlast.
Gustos y emociones para elegir. Sea cual sea la suya, recuerde, prepárese para ser conducido al límite de ellas.
Suscríbase al boletín mensual OCNE para recibir cómodamente nuestros artículos, noticias y programación.