Agárrense con fuerza a sus asientos y prepárense para que el destino les arrolle. Si sobreviven a la fuerza de estos dos titanes, podrán decir que habrán alcanzado el paroxismo de todas y cada una de las emociones posibles ¿acaso alguien puede resistirse a probar? Beethoven haciendo «estallar nuestros pechos con el lamento total, lleno de todas las pasiones», tal y como E.T.A. Hoffmann escribió tras el estreno de su Quinta Sinfonía. Una larga sombra se desplegaría con ella, alcanzando a cualquier sinfonismo posible, llámese Tchaikovsky, Dvorák, Mahler, o por supuesto Brahms. Nada escapa al sentir musical más fidedigno al alma humana. Es el alma, abierta de par en par, lo que precisamente Brahms nos presenta en su Concierto para piano nº1. Nuestro sino ante el abismo, un intento por arrancarnos el corazón. Lo que él mismo sintió al ver a Schumann, maestro y amigo, perdiendo la vida en un manicomio, tras haber intentado suicidarse. El romanticismo alemán en su mayor expresión. Si hay límites, Beethoven y Brahms nos oprimen contra ellos.
