Compuestos a lo largo de más de una década, los Gurre-Lieder de Schoenberg se erigen como la extraordinaria muestra de una evolución personal que supuso una de las mayores revoluciones de toda la historia de la música. ¿Necesita la evolución de la violencia de la revolución para dar sus mejores frutos? Bueno, con Schoenberg se evidencia que sí. Nos encontramos ante una espectacular ¿cantata dramática? (lo cierto es que se hace difícil denominarla) que vuela desde el más voluptuoso postromanticismo wagneriano en la primera parte hacia un final ya de tintes mahlerianos, ciertamente atonalista. Pensemos que para entonces Schoenberg ya había compuesto Erwartung o las Piezas para orquesta con su particular uso del cromatismo, y haciendo uso del sprechgesang. De lo lírico a lo teatral, a través de un entramado colosal de motivos y temas sostenido por una orquesta gigantesca, siempre cargada de sutilezas que hacen de esta una obra especialmente delicada a la hora de concebirla y plasmarla. Alguien ya dijo que los Gurre-Lieder son en realidad el cuarteto de cuerda más grande de la historia. No le faltaba razón.