HISTERIA COLECTIVA

La Consagración de la primavera es un «espectáculo extraño de laboriosa y pueril barbarie». O eso escribieron los críticos la noche de su estreno en 1913. Difícil es aportar más palabras a aquella histeria colectiva que Cocteau recordaba como una representación de «snobismo, supersnobismo y snobismo invertido». Primitiva, rotunda y frenética: «Soñé con una escena de ritos paganos en los que una virgen elegida para el sacrificio danzaba hasta Morir», dijo Stravinsky. Lo cierto es que podríamos considerar la Consagración como el mayor exponente del subgénero Hard-boiled (por aquello de lo extremo y lo violento) del post-impresionismo musical, si es que resultase posible extrapolar lo uno a lo otro. Sarcástico, retorcidamente triste se presenta, aún más frente a Stravinsky, el Concierto para violonchelo nº2 de Shostakovich. La desesperación del compositor por recordar algo alegre entre la maraña de una mente desolada, martirizada, en la que ya es su última etapa compositiva, será presentada por Alisa Weilerstein, una de las grandes en el relevo generacional del violonchelo.