El problema o el peligro del gran repertorio sinfónico consiste en abandonarlo a la rutina y las convenciones. Tantas veces hemos escuchado el «Concierto para piano número 2» de Brahms y tantas veces hemos oído los «Cuadros para una exposición» de Mussorgski que la iniciativa de volver a interpretarlos sólo se explica cuando sobreviene una «meta-lectura» o una lectura purificada de vicios, pátinas y estajanovismo sinfónico. No cabe mejor garantía al respecto que la clarividencia de Juanjo Mena. Por oficio y por talento, el director de orquesta vasco siempre tiene cosas que decir. Escruta las partituras. Las observa desde la profundidad y desde la totalidad, de tal forma que el gran repertorio del museo cobra el interés de un estreno. Y sorprende al melómano que se viene al Auditorio con el concierto traído de casa. O con sus referencias discográficas insustituibles. No suele figurar entre ellas el pianista americano Garrick Ohlsson. Y no por falta de talento -ganó el Concurso Chopin de Varsovia en 1971- ni de grabaciones, sino por una cierta aversión a los canales comerciales.