LA BURLA DE TRIFONOV

Los musicólogos no se ponen de acuerdo respecto a las intenciones con que el jovencísimo Richard Strauss concibió su «Burleske». ¿Era una parodia de Brahms (y de Wagner) o se trataba de un homenaje? El título refuerza la primera hipótesis, pero el contenido musical apunta a la segunda posibilidad, de tal forma que Strauss se adscribiría a un linaje. Y sin grandes obligaciones, pues Strauss no hizo otra cosa que abrir una puerta para luego encontrar otra salida. Unas veces hacia delante, otras hacia atrás. Y siempre despistando a sus partidarios y detractores. El caso es que «Burleske» no se ha consolidado en el repertorio, acaso abrumada por la gigantesca obra que el propio Strauss concibió después. Y poco apreciada por los grandes solistas. De ahí la importancia que reviste la reivindicación que hace de ella Daniil Trifonov. El pianista de moda, y mucho más que un pianista de moda, pues Trifonov es un virtuoso superdotado, un hechicero del teclado, un monstruo embrujado, pero también un músico sensible y capacitado de llegar a las honduras de la música cuando interviene la criba de los robots frente a los hombres.