Al principio todo era oscuridad… y silencio, es de suponer. La noche de los tiempos, el caos absoluto. Y entonces dijo Dios: «Hágase la luz». Y Haydn obedeció. La vida nos es revelada a través de la exaltación de las pasiones que le dieron su razón de ser. La Creación es un drama. Que le pregunten si no al Creador si está satisfecho con el resultado. Así lo refleja el compositor en su oratorio más conocido, de tintes tan contemplativos como dramáticos, que describen, desde un do menor inicial al triunfante do mayor final, los comienzos del hombre en el paraíso. También el devenir del género. Haydn, el masón católico, un maestro de la luz, aún recoge formas de su admirado Haendel (tras escuchar su Messiah, él también quiso «escribir una obra que proporcione fama universal y eterna a mi nombre»), mientras abre el camino hacia el primer romanticismo. «La Creación de Dios ha sido siempre considerada como la obra más noble, la más capaz de inspirar respeto al hombre que la contemple. Componer un acompañamiento musical adecuado a esta gran obra no puede tener otros efectos que intensificar el sentimiento de respeto en el corazón de los hombres y volverles más sensibles hacia la bondad del todopoderoso Creador». Haydn dixit.