LA MALDICIÓN DE JOACHIM

No terminan de entenderse las razones por las que el «Concierto para violín» de Dvorák escapa a la fortuna que han adquirido los de Beethoven, Mendelssohn, Brahms, Tchaikovsky, Sibelius y hasta Bruch. Le ocurre también al concierto para piano, y menos, al de chelo. Se diría que se le ha organizado al maestro checo una suerte de complot, recelándose de su astucia como compositor en obras concertantes. Y todo ello pese a haber demostrado una extraordinaria habilidad dialéctica. Puede que la maldición del «Concierto para violín» se la endosara Joachim, que había sido escogido por Dvorak para estrenarla y que había rechazado los honores. Le parecía que era abrupta y que estaba mal resuelta en los pasajes de transición. Corresponde a Isabelle Faust la obligación de remediar el malentendido. Una violinista superdotada, polifacética e inclasificable, precisamente por la versatilidad de sus inquietudes y de su repertorio. Y por las facultades de un Stradivarius cuyo sobrenombre explica muchas cosas y oculta otras: «La bella durmiente del bosque».