David Afkham finaliza su temporada con la más popular y menos clásica de las sinfonías de Beethoven -la «Novena»- que va a interpretarse con el interesantísimo preámbulo de la «Sinfonía de los salmos» de Stravinsky. Una sinfonía coral, como la «Novena» de Beethoven, aunque el texto que la inspira proviene del Antiguo Testamento (libro de los Salmos) y aparece escrito en latín, más o menos como si Stravinsky, inmerso en su enésima mutación -la partitura es de 1930-, rebuscara en las palabras su inercia antigua y el misterio rítmico, redundando en una rigurosísima planificación de escritura y patrimonio religiosos, hasta el punto de que evoca el contrapunto y la fuga tal como se conocían en el Renacimiento. Y hasta el extremo de que emplea los modos eclesiásticos. Así percibía el compositor ruso su propio acto de fe: «El coro, ronco, lleno de sangre, oscuro, interiormente apasionado, canta con convicción litúrgica e intensidad en una memorable actuación».