ASÍ HABLABA ESCHENBACH

Hablar de un concierto especial puede resultar demasiado ambiguo o impreciso, siempre y cuando el adjetivo no sirva para definir el compromiso que Christoph Eschenbach ha adquirido con los profesores de la Orquesta Nacional y con los abonados que frecuentan el ciclo. El maestro germano ha creado un vínculo extraordinario entre unos y otros, y ha convertido sus apariciones en una suerte de ceremonial sugestivo, como si hablara Zaratustra. O como si ardiera una zarza a la vera del podio. Eschenbach dirige desde la clarividencia, para entendernos. Y cada año que cumple, se acerca a los 80, representa un estímulo en su camino de perfección. Por eso conviene acudir a escucharlo, sea como mediador de la música más teatral de Tchaikovsky -oberturas de «Romeo y Julieta» y «Francesca da Rimini»- o sea para familiarizar a los melómanos con el repertorio de Matthias Pintscher, un compositor vivo porque está vivo -nació en 1971- y porque ha logrado una posición de interés y de influencia a cuenta de un lenguaje radicalmente conservador o conservadoramente radical, en esa dialéctica que compagina la apuesta por la vanguardia con la noticia y la pertenencia de un linaje arraigado en la idiosincrasia centroeuropea. Que es el bosque donde vino al mundo Christoph Eschenbach, huérfano de padres en la II Guerra Mundial pero padre él mismo de la música misma.