Basado en hechos reales, el otro día la cardióloga me dijo que tenía una válvula del corazón tocada. No encuentra causa directa en alguien joven, delgado y sin vicios confesables. Sin embargo, parece algo razonable cuando tantos señores, llámense Beethoven, Brahms, Mahler o Verdi entre muchos otros, te están hurgando continuamente ahí dentro. A mí ya me han parado demasiadas veces el corazón. Músicas donde nuestros sueños y miedos nos son revelados sin ningún tipo de miramiento. Autores que nos empujan hacia nuestros límites, que nos sitúan al borde del abismo (¡Oh Paroxismos!). Algunos, de hecho, hicieron de ello una de sus señas de identidad. De entre todos ellos, Brahms se erige como estandarte de la melancolía y de todo arrebato, de toda pasión, de toda emoción que nos sitúe ante nuestros precipicios personales. Y qué maravilloso es, lo digo muchas veces, cuando el arte nos empuja hacia nuestros propios límites.
Músicas donde nuestros sueños y miedos nos son revelados sin ningún tipo de miramiento
Situémonos ante la primera de las sinfonías del compositor. Ese arranque, ese poco sostenuto en espressivo e legato de la cuerda es el abismo más claro que puede abrirse bajo nosotros. Los pies al borde del saliente y el corazón que nos empuja, que tira de nosotros hacia las profundidades de aquello que estemos sintiendo. Y no es este, precisamente, el canto idealizado de un veinteañero, sino más bien la bocanada de amor, el zarpazo por vivir de un hombre que ya ha superado los 40 años de edad. Casi cinco lustros tardó Brahms en componer su Sinfonía nº1, atormentado por las posibles comparaciones con Beethoven y, de algún modo, con el intento de suicidio de Schumann como motivo de partida. El transcurso de su propia evolución nos permite ser testigos de su enfrentamiento ante la muerte de este último, su intensa relación con su viuda Clara (Wieck) Schumann y sus propios fantasmas y demonios.
Es también en esta época cuando Brahms compone otra de sus partituras emocionalmente más arrebatadas y arrebatadoras: Su Concierto para piano nº1, con un comienzo muy similar a la sinfonía comentada y que la Orquesta Nacional de España unirá a la Quinta de Beethoven llegado ya abril. Un monumental primer movimiento donde nuestro sino es llevado ante el acantilado. Un intento despiadado de arrancarnos el corazón. Sí, Brahms es Mola Ram gritándonos “Kali Ma, Kali Ma” en el Templo maldito.
Brahms muchas veces comienza golpeándote para, a continuación, abrazarte contra su pecho
Sin duda, Brahms cautiva por la fuerza mostrada ante los designios del postromanticismo. Un viejo romántico en nuevas latitudes, el amargor de las naranjas que nacen al llegar el frío. Ya saben, lo siempre dicho sobre Brahms y el otoño, que no deja de ser verdad, en comienzos rotundos de los que aún podría seguir hablando: ¡ese Primer cuarteto de cuerda! Pero Brahms, además de abismos, nos abre recuerdos. Son dos términos íntimamente relacionados, al fin y al cabo. En estos tres mismos ejemplos de los que he hablado, el de Hamburgo suma evocadores melodías, justo a continuación del primer golpe, de las que es imposible escapar. Brahms muchas veces comienza golpeándote para, a continuación, abrazarte contra su pecho, barba mediante. A veces no llego a tener claro que puede dejarte más desolado.
No hablo ya de Intermezzi al piano, sino de melodías fascinantes que encontramos en medio de ese otoño que es Brahms. Uno de los mejores ejemplos lo escucharemos en la Nacional este mes de noviembre con una pareja de ensueño: Christoph Eschenbach y Anne-Sophie Mutter, quienes interpretarán su Concierto para violín. De nuevo un inicio apasionante, catalizado después por un instrumento solista que enamora al más encendido de los presentes (por algo lo estrenó el gran Joachim), dibujando una de las frases más bellas jamás escritas.
En esta “República” de la que Brahms hablaba a su querida Clara (“El arte es una república”) con la orquesta y el violín al mismo nivel (el pamplonés Sarasate se negó a tocarlo por sentirse poco protagonista), el alemán nos regala un concierto con el que, una vez más, nos envuelve en el dulce recuerdo y nos atraviesa con su amarga añoranza. Nos estruja, nos aprieta el corazón y lo arroja hacia lo alto. Nada hay más seguro que componer sobre sensaciones vividas por uno mismo. Ya les digo… ¿saben cuando en una atracción de feria ponen el cartel de ”no apto para cardíacos”? Con Brahms habría que plantearse hacer lo mismo.
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