Resurgir. Todo en la vida parece cuestión de resurgir. La figura de Gustav Mahler se erige como el creyente terrenal que asciende en su fe a través de mil giros tímbricos, en un redescubrimiento continuo del por- qué de la vida y el enfrentamiento con la muerte. Su Segunda sinfonía resuelve la problemática con una serie de preguntas que podríamos resumir a través de sus propias palabras: «Moriré para vivir» y que él mismo introdujo en el texto del último movimiento. Su «Lo que nace debe morir» se vincula directamente en el oído del melómano con el «Todo lo que existe tiene un final», principio básico de El Oro del Rin, de su admirado Wagner. Sobre ese final, sobre lo que le precede y lo que conlleva, la aceptación (o no) del destino escrito (o no) y la incertidumbre de la existencia propia y divina, se esfuerza Mahler como ningún otro por hacernos reflexionar. «Mi hora llegará», se decía a sí mismo como un mantra. Y mientras tanto, resurgía.