TRISTÁN E ISOLDA… MÁS ALLÁ DE WAGNER

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Por Gonzalo Lahoz, crítico musical

Puesto que de algo hay que morir, ¿están ustedes preparados para morir de amor? Si no lo están, conciénciense, porque para este mes de octubre la Orquesta y Coro Nacionales de España nos han preparado una versión extendida de su Morir de amor que ya presentaron la temporada pasada. Si entonces fue bajo la batuta de su director honorario, Josep Pons y con una pequeña selección de la música de Wagner, culminando con el Mild und Leise, ahora apostarán por el todo con la versión completa del drama wagneriano de Tristán e Isolda. Una historia de amor; de amor y muerte. Porque morir, en esto de la lírica quiero decir, parece dotar de mayor entidad al amor. Lo que ahora vemos como un absurdo, los románticos - del Romanticismo, entiéndaseme - lo veían como un fin, o final, casi necesario para que el sentimiento fuese completo. El de este mito operístico proviene en realidad de una narrativa o verso muy anterior, cuya síntesis alcanza hasta nuestros días a través de múltiples formas y colores... más allá de Wagner. La música del alemán parece haber eclipsado cualquier otra referencia, pero ¿de dónde vienen y hasta dónde llegan Tristán e Isolda?

¿de dónde vienen y hasta dónde llegan Tristán e Isolda?

Dado que el amor le es intrínseco al ser humano desde sus principios (vamos a pensar así), si optásemos por delimitar un tanto la vida de estos jóvenes (o no tan jóvenes) enamorados, deberíamos retrotraernos hasta los poemas griegos de Higinio y Ovidio para hallar cierto paralelismo con la leyenda de Píramo y Tisbe. Una historia de amor prohibido que acaba con el doble suicidio de sus protagonistas. ¿Les suena la trama? Su sombra se ha alargado desde entonces, alcanzando a todas las artes posteriores. Ahí está obviamente Shakespeare con su Roméo y Julieta, pero también Boccaccio, Cervantes o Góngora… y así hasta llegar a los pentagramas de Britten, Bernstein o The Beatles.

Todavía tendríamos que avanzar hasta la Edad Media, esa que tanto gustaba a Wagner, para concretar un poco más la pasión de estas dos figuras y sus circunstancias. Las crónicas se extienden sobre un vasto territorio alrededor del Mediterráneo, pero serán finalmente los celtas quienes terminen por darle la forma más o menos definitiva que entronca con la música que nos ocupa. Con todo, dada la tradición oral de antaño, el origen no termina de estar demasiado claro, pero sí que parece tener un germen septentrional que, desde las islas británicas, saltó a Francia y Alemania, adhiriéndose y modificando detalles en sus múltiples versiones. Por el país galo viajó a través de trovadores y según algunas fuentes, se asocia incluso a Leonor de Aquitania; mientras que en Italia podemos encontrar Il lamento de Tristano y en España se escuchaba en forma de romancero. Siempre, pues, acompañado de música desde sus inicios.

Merecería la pena ahondar en cómo hemos tratado a la pareja en nuestros feudos, aunque aquí lo haré forma somera, a modo de anecdóticas pinceladas. Nuestros particulares Píramo y Tisbe, Tristán e Isolda, o Roméo y Julieta, vinieron a ser turolenses: Juan Martínez de Marcilla e Isabel de Segura. Ya saben, los amantes de Teruel, con la coletilla posterior, que aquí cambiaré por su “Bésame, que me muero”. No obstante, la influencia se reduce en nuestro país a modo de recurso o inspiración para los autores posteriores. Ya he mencionado antes a Cervantes y Góngora, teniendo que hablar también del gran Galdós. Nada se le escapaba en términos operísticos al grancanario y ahí está su Tristana, cuyo título habla claramente de su fuente de inspiración. Un relato pseudofeminista que fue muy criticado por Pardo Bazán ante las formas en las que el autor trata y enreda el destino de su protagonista y que vivió unos años de oscuridad para, después, haber alcanzado cierta relevancia en el panorama literario. En pintura, obvia es la figura de Rogelio de Egusquiza, amigo de Wagner y quien ayudó a difundir su música y su estética por nuestro país, con varias obras que versan sobre los compases del alemán… llegando hasta la figura de Dalí, quien tampoco pudo resistirse a plasmar su particular visión sobre Tristán e Isolda. Siguiendo en el idioma español, no me resisto aquí a quitar algo de polvo a una pequeña maravilla de Alejo Carpentier: Tristán e Isolda en tierra firme. Un breve ensayo sobre Wagner y América, de la mano de alguien tan versado en músicas como el cubano, que no ha recibido posteriores ediciones y que escribió a propósito del estreno de la ópera en Caracas, en 1948. Ya ven que este filtro amoroso sirve como catalizador de todas las causas posibles, siempre que uno sepa aplicarlo correctamente. Si, por ejemplo, habláramos de cine, podríamos ver, al menos, media docena de películas dedicadas a este amor (Auric, Cocteau o Burton implicados) y una gran lista donde la música de Wagner está presente: Buñuel, Malle, Visconti, Saura, Herzog, Von Trier, Ozon…

la explosión de amor wagneriana bebió, de todas las fuentes posibles

Volviendo a Europa y por cerrar este círculo de influencias, la explosión de amor wagneriana bebió, de todas las fuentes posibles, de la de Gottfried von Strassburg, Fue la primera edición en caer en manos del compositor alemán. La suya, por cierto, junto con las de Thomas, Béroul o Eilhart, conformaron la que hoy conocemos como leyenda de Tristán e Iseo. En medio de este enredo medieval se cruza, no obstante, como tamiz inexorable: El mundo como voluntad y representación del filósofo Schopenhauer. ¡El pesimismo ya está aquí! “La negación de la vida como única forma verdadera de liberación”. La redención a través de la muerte que tanto significa en la obra wagneriana.  En un momento dado, Wagner escribiría a su buen amigo Liszt: "Al no haber disfrutado en mi vida la genuina y verdadera alegría del amor, quiero alcanzar el más hermoso de los sueños: un monumento, en el cual del principio al fin este amor sea totalmente satisfecho. Pienso en Tristán e Isolda con un concepto musical tan sencillo como intenso. Quisiera envolverme con la vela negra que flamea al final y morir". Pura alegría de vivir, ya ven. Un último dato: Richard escribió estas líneas en 1854, cuando apenas sobrepasaba los 40 años de edad y parecía renunciar a toda dicha. ¿La razón? Su amor imposible por Mathilde Wesendonck, a quien dedicó sus Wesendonck Lieder y cuya música utilizó posteriormente en Tristán e Isolda. Por muchas vueltas que demos, por muy intensos que nos pongamos, lo vivido siempre parece acabar plasmado, de una forma u otra, en nuestra obra.

 

Disfrutaremos de Tristan und Isolde en versión concierto el 17 y 20 octubre. Aquí tiene toda la información y entradas.

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