“Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena”. Si usted ha leído estas palabras entonándolas con una melodía determinada, seguramente signifique que ha vivido en cierta época y, también, que sabe usted algo de historia, aunque tal vez lo desconozca. Esta letra se traduce del francés original, cuando Francia perdió ante Inglaterra en la Guerra de Sucesión Española, pero creyeron muerto al Duque de Marlborough. Y de ahí al Mambrú en castellano, que aquello de la pronunciación nunca fue lo nuestro. Fue esta canción la escogida por el mismísimo Beethoven para simbolizar a Francia en su opus 91: La victoria de Wellington, con la derrota de Bonaparte en la batalla de Vitoria. Un reflejo del nuevo parecer del compositor tras la breve dedicatoria de su Tercera sinfonía “Heroica” al militar francés. La guerra siempre es un jaleo, y de esta confusa canción y con Napoleón como hilo conductor, llegaremos a otra de los grandes desconciertos alrededor de la música: la Missa in Angustiis.
Desde la Désirée que volvió loco a Marlon Brando en el CinemaScope de los cincuenta a su aparición como secundario de lujo en la saga de videojuegos Assassin’s Creed; lo cierto es que la figura de Napoleón, como nombre fundamental en el devenir de la Europa que de algún modo hoy en día conocemos, está ligada a todas las artes. De formas que jamás hubiese pensado, incluso. ¿Quién le iba a decir que finalmente acabaría conquistando el continente a través de una horterada llamada Eurovisión, con cuatro tipos suecos haciendo sangre con su Waterloo? Él mismo lo decía: “De entre todas las bellas artes, la música es la que ejerce mayor influencia sobre las pasiones y es la que más debería cuidar el legislador. Una composición musical creada por una mano maestra consigue un infalible llamamiento a los sentimientos y ejerce una influencia mucho mayor que cualquier buen trabajo sobre la moral, convenciendo a nuestra razón sin afectar a nuestros hábitos”.
Cuando Napoleón tomó Viena, el día que falleció Haydn ordenó un alto el fuego
De forma directa o directa, la sombra de Napoleón alcanzó la inspiración de muchos. La historia más conocida la encontramos volviendo a Beethoven, con su ya comentada Tercera sinfonía, inicialmente dedicada (a instancia de Kreutzer) a Bonaparte. Cuando este se autoproclamó Emperador; todo el romanticismo de la Revolución francesa se hizo añicos a ojos del compositor. Lesueur, Grétry, Méhul o Paer (a quien le fue encomendada la tarea de componer “todas aquellas obras que el Emperador quisiera encargar para su Majestad Imperial”) , fueron músicos a su servicio, al igual que Paisiello o Cherubini, pero su influencia llegó, de un modo u otro, a nombres como Berlioz, Schumann o Wagner; o incluso donde no se le esperaba, como a la Viena que acabaría tomando a principios del XIX. Allí residía alguien a quien Napoleón admiraba, puesto que a su manera, ya había conquistado Europa: Joseph Haydn. De hecho, dos paréntesis. El primero, ojo al dato: cuando Napoleón tomó Viena, el día que falleció Haydn ordenó un alto el fuego momentáneo para que su cuerpo pudiera ser sepultado y hasta entonces puso guardia real a las puertas de su casa. Y ahora que estamos en estas fechas, cuenta la leyenda que uno de los intentos de asesinato que sufrió el Primer Cónsul en el París del cambio de siglo tuvo lugar una noche de Navidad, con una explosión camino de la Ópera que se saldó con la muerte de ocho personas y resultando heridos varios miembros de su séquito. Napoleón continuó su camino y llegó a tiempo a su cita con, ¡qué magnífica casualidad!, La Creación de Haydn (250 músicos sobre el escenario, por cierto).
La Missa in Angustiis, tuvo una asombrosa recepción, convirtiéndose en el éxito del momento
Y es que en 1795, el compositor recibió el encargo de escribir una nueva misa al año para celebrar el santo de la Princesa Maria Hermenegilda. Las dos primeras obras, Missa Sancti Bernardi von Offida y la Missa in Tempore Belli tuvieron la lógica aceptación, pero la tercera, la Missa in Angustiis, tuvo una asombrosa recepción, convirtiéndose en el éxito del momento y llegando a ser el mainstream de la Viena imperial. Algo así como Rosalía y su Malamente de un tiempo a esta parte. Este triunfo rotundo provocó que la partitura fuese interpretada en numerosas ocasiones y con numerosos músicos en poco tiempo, lo que dio lugar a las consecuentes y descontroladas modificaciones en sus pentagramas, en su nombre, y en su historia. Y es que nos hallamos ante una música intensa, intensísima, de una fuerza que zarandea no el alma, sino también el cuerpo de quien escucha, con un coro monumental y una parte solista para soprano, por ejemplo, de efusividad valquiriana (¡cuya parte retocó Haydn al ser demasiado aguda!)… pero sobre la que hoy en día siguen recayendo muchas incógnitas.
La primera de ellas, su sobrenombre: “Nelson”, el almirante de tan fatídicos recuerdos también para los españoles y que derrotó a Napoleón en la Batalla del Nilo, en su campaña para invadir Egipto. Allí por cierto, otro inciso, como siempre y una vez más, Bonaparte no sólo planificó el “arte” de la guerra, sino también la toma de la cultura, su absorción y la implantación de sus ideas en la ciencia, la literatura, la arquitectura y, por supuesto, la música. También su análisis y estudio. Creó el “Instituto egipcio” e incluyo diversos departamentos para cada rama del conocimiento humano, haciéndose cargo Guillaume-André Villoteau (fundador de la etnomusicografía) del apartado musical. Durante 17 años nada menos, se estuvo publicando una vasta obra enciclopédica sobre el país, titulada “Descripción de Egipto”.
El caso es que en estos tiempos de confusión y dolor, en los que el Emperador pareció extralimitarse en aquello que decía Victor Hugo: “Francia, Francia, sin ti el mundo estaría muy solo”; enseguida hubo quien asoció el triunfo de los ingleses sobre los franceses a la música de Haydn, pero parece que nada más lejos de la realidad, pues el compositor comenzó esta partitura antes de que la contienda tuviera lugar; así que difícilmente pudo ser inspiración alguna. Tal vez, y sobre esto también podemos tener reticencias, la dedicatoria vino cuando Nelson visitó a Haydn en 1800 y la Misa volvió a interpretarse en su honor. Ni siquiera “Angustiis” haría alusión a la “angustia” de los tiempos, sino más bien al breve tiempo en el que fue escrita.
Por mucho que queramos capitalizar el arte, por mucho que queramos apropiarnos de sentimientos que, queramos o no, son tan de cualquiera como de uno mismo, la música está por encima de todos nosotros. Y en cualquier caso, de pertenecer a alguien, pertenecerán siempre al compositor, aunque estos a su vez siempre parezca que tengan santos mayores a los que encomendarse: Tanto en el funeral de Haydn como en el de Napoleón sonó el Réquiem de Mozart…
Disfrutaremos de la Missa in Angustiis de Haydn el 25, 26 y 27 de enero bajo la batuta de David Afkham. Toda la información aquí.
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