DIVINAS PALABRAS: SOBRE ANTÓN GARCÍA ABRIL

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Por Gonzalo Lahoz, crítico musical

Nos falta tiempo. Y con el tiempo, su reflexión. En realidad no es que nos falte, es que no lo utilizamos, o no le damos la importancia que deberíamos. Nos pasa también, por supuesto, en la música. Desde un lado y otro del escenario. Es un mal común. Nuestro tiempo, el de quienes escribimos, lo marcan los conciertos a los que asistimos. El tiempo del público que acude a estos, lo pautan sus diferentes cargas, por lo general en torno al trabajo. Apenas nos queda tiempo para pensar sobre lo que escuchamos. Sobre qué lo ha generado, sobre qué ha de generarnos. La necesidad del porqué, la exigencia del saber…

Por fortuna nos quedan los artistas verdaderos, aquellos realmente comprometidos con la música, que trabajan con y desde el tiempo, con la persuasión de la reflexión. Los genios creadores, como lo es el compositor Antonio García Abril. Un músico embebido, a sus 86 años que cumplirá este mes de mayo, en aquello que nos regaló Machado y que ya he recogido en alguna ocasión: “Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora”. La obra de García Abril es aquella que reflexiona y busca, siempre, la conexión, la conversación con quien escucha. Es el poder de la comunicación que el oyente requiere, que reclama para sentir la música. Alejarla del ruido, como él mismo dice. Para ello se ha valido, en infinidad de ocasiones, del poder de la palabra. Como amante de las letras que es, conoce a la perfección la capacidad de un pentagrama para comunicar. Un buen ejemplo lo encontraremos ahora, a principios de marzo, con el programa que dirigirá Juanjo Mena con la Orquesta Nacional de España. Junto a las músicas de Britten y Schubert, se escucharán Tres escenas del ballet “La gitanilla”, que el músico turolense imaginó sobre la primera de las Novelas ejemplares de Cervantes. Una historia de amor en la anagnórisis aristoteliana que lucha contra los prejuicios: “Parece que los gitanos y gitanas (¡Don Miguel huyendo del sexismo lingüístico!) solamente nacieron en el mundo para ser ladrones” comienza la obra, que bien podría, por qué no y junto a Los gitanos de Pushkin, haber inspirado a Merimée y su operísticamente famosa Carmen.

La obra de García Abril es aquella que reflexiona y busca, siempre, la conexión, la conversación con quien escucha

La retórica de García Abril aquí, una vez más, es pura maravilla. ¡Tal es el pathos, el logos, el ethos! Y no, no estoy hablando de mosqueteros. Aristóteles de nuevo, ya digo. La música como expresión, como capacidad de comunicación, como vía, como mensaje. La empatía y la sensibilidad de un camino propio, el de García Abril, la persuasión de la novedad y el respeto; la defensa del compositor como comunicador en la adaptación a la forma personal y al canal de comunicación con quien escucha. Y la reflexión sobre la palabra, sobre la música dada. “A la música se llega por la música”, me ha dicho en muchas ocasiones. ¿Y acaso no hay mayor verdad que esa? Una realidad que siempre ha cuidado, protegido. Volvamos a su Gitanilla: La evocación de su Adagio gitano no puede estar mejor construida. La conexión con la emoción, a través de esa mágica ensoñación, el lirismo exacerbado, ha de tocar a quien escucha.

La vanguardia de la tradición (de su respeto y su distanciamiento) podremos escucharla también en mayo, con la batuta de Miguel Harth-Bedoya y una puesta de sol, fechada en 1972, que es una gozada sonora: Hemeroscopium. Sonará junto al Peer Gynt de Edvard Grieg y un Bartók que emigra hacia el oeste, allá por donde acaba el día, con su Concierto para violín nº2. De esa reflexión sobre la música y la sensación vivida surge este atmosférico y colorista Hemeroscopium, como así llamaban los griegos a aquel lugar donde se pone el sol. Las latitudes, en esta ocasión, siguen siendo mediterráneas, concretamente en Jávea, en una inspiración (“Quien dude de la inspiración, no vive la realidad del compositor”, me decía Antón) surgida del mar, del sol, de la bruma – sin caer en folclorismos - y que toma equilibrio en forma de liberación a través del poder melódico que posee su firma. De liberación, como el mismo escribió en el estreno de la obra, “de todos los prejuicios que acechan al compositor actual desde una u otra orilla”.

Son estos algunos de los valores y sólo un par de ejemplos de una vida y una obra que le han llevado a ser, seguramente, el compositor vivo más reconocido y querido del panorama musical español. De García Abril podríamos hablar también, por supuesto, de todo su trabajo para la pequeña y la gran pantalla: Los santos inocentes, Fortunata y Jacinta, Anillos de oro, El hombre y la tierra, Sor Citroen… de esa obra monumental que es su ópera Divinas Palabras, sobre la homónima de Valle-Inclán, con la que se reabrió el Teatro Real de Madrid y, entre un sinfín de partituras, las de sus canciones, que tanto maravillan a generación tras generación de cantantes: Teresa Berganza, María Orán, Ainhoa Arteta… y en versos de Alberti, Cernuda, Lorca, Machado, Jiménez, Hierro, Becquer, Diego, Espriu… el tiempo, implacable, parece el mejor compositor de todos. Él es el que lo decide todo y, dado el tiempo que a su vez se toma Antón en cada obra, en cada creación, en cada comunicación, incluso desde la inmediatez del presente podemos sentir como estamos escuchando a uno de los más grandes de nuestra historia.

 

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