La figura de Alban Berg se cotizó al alza durante los años 1970 tras haber cargado durante medio siglo con la fama de ser el «conservador» entre los discípulos de Arnold Schönberg. En este giro discursivo influyeron el estreno en París de la versión completa de su ópera inacabada Lulu y el descubrimiento, por parte del musicólogo George Perle, de la inscripción secreta de mensajes íntimos en su obra. Gracias a estas pesquisas, sabemos que el concierto para violín dedicado a la memoria de Manon Gropius –la hija de Alma Mahler y Walter Gropius fallecida a los dieciocho años–, incluye también referencias a Maria Scheuchl (madre de Albine, su hija ilegítima) y a su adúltero amor por Hanna Fuchs-Robettin. Este apasionante diario musical encuentra un paralelo obvio en la obra de Robert Schumann, quien pobló sus partituras de señales de carácter autobiográfico. Así, la fanfarria que actúa como elemento unificador de su segunda sinfonía parece un eco de las alucinaciones acústicas que padeció desde la gran crisis nerviosa de 1844 –«Llevo varios días oyendo implacables tambores y trompetas en Do en mi interior, no sé qué hacer...»–, y que su particular genio supo transformar en la más indiscutida y redonda de sus sinfonías.