Como cualquier compositor de su tiempo, Beethoven escribió la mayor parte de su música con un ojo puesto en el beneficio inmediato, sea pecuniario o propagandístico. Las dos obras incluidas en este programa, escritas durante la década de 1800, responden al interés del compositor por hacerse notar en los círculos aristocráticos vieneses con obras de gran formato. El ballet Las criaturas de Prometeo, compuesto a instancias del célebre bailarín y coreógrafo napolitano Salvatore Viganò para la emperatriz Maria Teresa, le sirvió, efectivamente, como salvoconducto para llevar su Fidelio a los escenarios unos años después. La composición de una misa para el príncipe Nikolaus II Esterházy, patrocinador de las seis última obras del género sacro del ya anciano Haydn, suponía a priori una excelente oportunidad para debutar en el ámbito eclesiástico y señalarse como presunto heredero del reverenciado compositor. Sin embargo, este encargo se tornó en la mayor humillación pública de su vida cuando el despótico príncipe, devoto a partes iguales de la música sacra y de los prostíbulos, emitió su juicio de que la misa era «insoportablemente ridícula y detestable». William Christie, experto en estas lides y viejo conocido de la OCNE, será el encargado de convencernos de lo desafortunado de estas palabras.
