Braunfels fue tachado de degenerado por los nazis (precisamente ellos…) y su música prohibida en la Alemania ciega de Hitler. Antes, el músico vivió de cerca los horrores de la Primera Guerra Mundial. Siendo llamado a filas y tras la experiencia y el poder contarlo, se convirtió al catolicismo. Su Te Deum fue la forma que tuvo de agradecer a Dios el haberle hecho ver su camino. Una respuesta que va más allá de lo religioso para adentrarse en lo meramente humano. Un nuevo camino hacia la luz que encuentra en Brahms un eje donde apoyarse y un final en el que, en medio del horror, todos somos perdonados. El Capriccio para piano de Stravinsky juega a la fantasía improvisatoria, al menos a esa sensación, con cierto aire lírico además, aunque encierra gran dificultad y sin renunciar al virtuosismo expresivo ni a ese aire exhibicionista que perseguía Stravinsky con un concierto que aúna todos sus movimientos en attaca y con el que sus groupies esperaban verle en acción. Ya querrían los Rolling, oigan.