Y Steve Reich se hizo carne. En menos de dos semanas, desde el 5 al 15 de marzo, tres obras del compositor estadounidense serán interpretadas en la capital española. Mientras que en las Naves del Matadero del barrio de Arganzuela, el Teatro Real subirá a escena la ópera Three Tales, sobre aeronáutica, energía nuclear y clonación, la Orquesta Nacional de España hará lo propio en el Auditorio Nacional, con dos de sus partituras.
Así, en la segunda entrega de La actualidad de lo bello, el nuevo ciclo de la formación, Nacho de Paz dirigirá el estreno en España de The Four Sections (Las cuatro secciones), junto a músicas de Olivier Messiaen (Les offrandres oubliées) y otro estreno: Tisseur de sable, de José Manuel López-López. La primera vez que se escucharon estas Cuatro secciones fue a finales de los ochenta (1987); para entonces Reich ya había renegado del minimalismo (etiqueta de la que rehúye, curiosamente al igual que Philip Glass), y en cierta forma ya había sido “abrazado” por la comunidad de la música clásica.
Hasta entonces, durante los años sesenta, Reich había sido considerado poco menos que un músico underground. Su manera de experimentar con el sonido, llegando al oyente a través de la música procesada y sus diferentes fases: “Lo que busco es ser capaz de oír el proceso que ocurre mientras la música está sonando” y la graduación de los procesos musicales como un ritual “liberador e impersonal”, que nos aleja de nosotros mismos para llevarnos hacia fuera, hacia el hecho en sí, le valieron cierta imagen de músico experimental (¿y qué músico no lo es?), mientras otros buscaban la palabra concreta con la que definir todo aquello. Como si se pudieran poner puertas al campo. Bajo el prisma de Terry Riley, uno de los padres del minimalismo, en 1965 presentó su primer trabajo significativo: It’s Gonna Rain, una repetición en bucle de sus famosas cintas de magnetófono, dividida en dos partes con un total de unos veinte minutos, donde se recogen las palabras de un predicador callejero sobre el fin del mundo. Toda una reveladora experiencia.
“Lo que busco es ser capaz de oír el proceso que ocurre mientras la música está sonando”
Con la llegada de los setenta y tras un largo viaje a Ghana, Reich entró en una nueva fase creativa, donde la percusión y la música más elaborada ganarían protagonismo. Dos de sus trabajos más conocidos tuvieron lugar entonces: Drumming, en 1970, con las mencionadas fases y con bongós, marimbas, voces femeninas y flautín entre su instrumentación y Music for 18 musicians, elocuente minimalismo orquestal estrenado en 1976, con “pulsos” como divisiones y un ciclo de once acordes, donde 18 músicos pueden resultar pocos para interpretarlos, en realidad. Con el paso a los ochenta, mientras Reich profundiza en los acontecimientos políticos pasados y presentes que le rodean, llegaría The Four Sections, estrenada en 1978 con motivo del 75 aniversario de la Sinfónica de San Francisco. Siguiendo sus indicaciones, en ella, el compositor estadounidense abre a la orquesta en sus cuatro secciones: cuerda, maderas, metales y percusión, para finalmente volver a cerrarla en su conjunto, dividiendo a su vez la obra en cuatro partes y, al mismo tiempo, cada una de ellas en cuatro secciones armónicas. El tempo va creciendo a medida que avanza la partitura, donde diferentes instrumentos se van entrelazando, para crear una red contrapuntística llena de patrones melódicos.
Sólo dos días después de interpretar The Four Sections, la Nacional volverá a Reich, cambiando, eso sí, a su ciclo Satélites. Con Quartet, estrenada en el Southbank Centre de Londres en 2014, escucharemos al Reich más actual junto a obras de Leonard Bernstein y Fazil Say. En ella se dan la mano dos pianos y dos vibráfonos, relacionándose así, a través de una invisible línea, con The Four Sections. Los instrumentos se fusionan en una suerte de escritura que algunos han definido como jazzística y que el propio compositor no duda en calificar como “una de las más complejas que he compuesto”.
Pero la Nacional no se queda ahí; durante el mes de marzo no sólo nos va a abrir más aún los oídos hacia lo contemporáneo y la nueva creación, sino que, además, de nuevo en su ciclo Satélites, ¡se ha propuesto hundir el Titanic! Hundirlo de nuevo, al menos, a través de la música. El “culpable”, en este caso, será el compositor inglés Gavin Bryars, quien, aunque no ha sido alumno como tal de Reich, no puede negarse la influencia de este en su camino, al otro lado del Atlántico. Del minimalismo en general, así como de la música aleatoria y experimental de otros grandes como Morton Feldman o John Cage. Así, la obra de Bryars se sitúa en las coordenadas geográficas exactas: 41°43′55″N 49°56′45″O de un 14 de abril de 1912, imaginando cómo sonaría, ya sumergida, aquella famosa orquesta del Titanic que, al parecer, no dejó de tocar hasta el último momento. Más allá de La cathédrale engloutie debussiniana, la experimentación del compositor le lleva a plantear cómo la música va evolucionando en su concepción sonora, a través de diversos ecos y deflexiones, y a medida que el transatlántico va descendiendo, lentamente, hasta el fondo marino. La cita con El hundimiento del Titanic será el próximo día 29, de nuevo en el imprescindible Ciclo Satélites de la orquesta.
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