La España de los cincuenta es un retrato en gris: escenario de miseria, de burros y mendigos... de gentes abiertas, sencillas y trabajadoras. Así lo refleja la literatura realista y social de la época, en donde la colectividad se manifiesta desde el vacío existencial entre el que surge un atisbo de esperanza. El impulso lo da un proceso cultural de carácter disidente que, en paralelo a una política de tibia apertura, surge con energía en las artes plásticas, el cine o la música. El Focus Festival quiere ser la imagen sonora de aquella época. El protagonismo pertenece a una generación veinteañera con ganas de aprender y asimilarse con el resto del mundo. Cristóbal Hallfter es un buen ejemplo a través de su Dos movimientos para timbal y orquesta de cuerda. El director Ataúlfo Argenta apoyó la iniciativa aún sabiendo lo difícil que era el público español, para el que resulta incómodo, incluso, escuchar a Bártok, Hindemith y Stravisnki, referencia inexcusable. Falla es otro eslabón aunque su dimensión sea más espiritual. Argenta y la ONE son protagonistas en esa reencarnación. Difunden la música de Óscar Esplá al que se mima recién llegado del exilio; dan voz a intergeneracionales como Montsalvatge, y defienden a Jesús García Leoz ejemplo de oficio honrado. Asimilando la tradición queda el clasicismo nacionalista del Concierto para instrumentos de arco de García Abril en contraste con el procedimiento especulativo de Ukanga de Juan Hidalgo, primer español con relevancia internacional. Y, de manera evidente, surge Luis de Pablo, quien se acerca a la orquesta con Invenciones. Definitivamente, la música española eleva una voz nueva y más acorde con su tiempo, dando sentido a la inquietud militante de una década que advierte sobre las tensiones sociales y artísticas que se perpetuarán a lo largo del siglo XX.
