Nacidos con un año de diferencia y dotados de una personalidad tan fuerte como hermética y celosa de su intimidad, las vidas y las trayectorias del vascofrancés Maurice Ravel y el gaditano Manuel de Falla presentan llamativos puntos de contacto; entre ellos su interés por el folclore andaluz, su admiración por el arte de Debussy, y su temprana convicción de que debían sacudirse el inmenso influjo de este compositor para poder desarrollar su propio estilo. También con un año de diferencia –1912 y 1913 – se estrenaron las versiones definitivas de Ma mère l’Oye y La vida breve, respectivamente. El ballet de Ravel procedía de unas piezas para piano a cuatro manos estrenadas dos años antes que –siguiendo la estela de la Suite Dolly de Fauré y Children’s Corner de Debussy– se sumergían en el mundo infantil, transfigurado aquí a través de los cuentos fantásticos de Charles Perrault. La vida breve fue la partitura escogida por Falla para darse a conocer en París que le valió encendidos elogios de Debussy, Ravel y Albéniz. Un primer tour de force creativo en el que coexisten la literalidad del flamenco con sonidos de una forja que parecen proceder de los reinos operísticos de Nibelheim o –más aún– de Allemonde.
