Son muchas las obras de Bach que se disputan el honor de constituir su testamento musical. Entre las más reputadas están (por orden de composición) El clave bien temperado, las Variaciones Goldberg, El arte de la fuga o la Ofrenda musical, todas ellas verdaderos compendios de su magisterio contrapuntístico. Algunos indicios nos informan, sin embargo, que Bach dedicó sus últimas energías a revisar su Misa en Si menor, en lugar de la tradicionalmente acreditada El arte de la fuga. Esta anécdota prestaría un valor adicional a esta monumental obra, jamás interpretada en vida del compositor y de la que Bach no pudo albergar ninguna esperanza de que fuera a interpretarse póstumamente, dado que su contenido doctrinal no encaja ni en la liturgia católica ni en la luterana. La circunstancia añadida de que la composición de la Misa se hubiera iniciado mucho tiempo antes –en 1733– y de que, a lo largo de su extendido y complejo proceso creativo, fuera incorporando y adaptando obras vocales compuestas en circunstancias y con cometidos muy diversos, la convierte además en algo así como la obra de toda una vida, una excepcional síntesis del estilo coral y los valores retóricos de de una época que ya tocaba su fin.