El fallecimiento a los 24 años de la francesa Lili Boulanger abortó una carrera artística que se auguraba fuera de serie. La cantata «Fausto y Helena» –por la que se convirtió en la primera mujer en obtener el prestigioso Prix de Rome en 1913– revela no solo un genio precoz sino también un excepcional talento dramático, anclado todavía a la estética poswagneriana, pero que se antoja notablemente más elocuente que el de autores como Reyer, Lalo, d’Indy o Chausson. Tras el descubrimiento de la novena sinfonía de Schubert –«La Grande»– durante su viaje a Viena en 1838, Schumann escribió a Clara desde la capital austríaca: «solo deseo poder casarme contigo y poder escribir sinfonías como ésta». Había encontrado en esta obra el referente y el estímulo que necesitaba –el otro fue la Sinfonía fantástica de Berlioz– para decidirse a abordar este género mirando al futuro y orillando la nostalgia y la falta de ambición que se habían adueñado de él desde los tiempos de Beethoven. Estrenada en Leipzig en 1841, la «Primavera» constituye, de este modo, una declaración de amor a Clara –con quien se casó un año antes tras una ardua batalla legal contra el progenitor de ella– y el primer hito del ciclo sinfónico alemán más sustancial entre el compositor de Bonn y Brahms.
