Schönberg y Mozart iluminan este programa con un sofisticado juego de antítesis: los contrastes derivados de la instrumentación –las cuerdas de la Noche transfigurada frente a los vientos de la «Gran partita»– pero también su posición histórica como representantes destacados de las denominadas Primera y Segunda Escuela de Viena; amanecer y ocaso de una misma y gloriosa era musical. Sin embargo –y pese a las ostensibles diferencias– se trata de dos obras ligadas por su nocturnidad: la nocturnidad de la Harmoniemusik, vinculada a las celebraciones a la luz de las velas en la obra del salzburgués, y la noche interior de los tabúes sexuales, los remordimientos y la culpa en la del vienés. La proverbial escritura para vientos de Mozart –que también fascinó a Salieri en la memorable (aunque apócrifa) escena del filme Amadeus (1984)– hizo al tardío Haydn lamentar no haberse preocupado antes de mejorar él mismo este aspecto de su producción. A su vez, el sexteto de cuerdas de Schönberg –estrenado en 1902 y adaptado para orquesta de cuerda cuatro décadas más tarde– ha quedado para la posteridad como fugaz punto de contacto entre la tradición posromántica alemana y la revolución atonal que sacudiría en breve los cimientos de la música occidental.