Ifigenia en Táuride de Gluck, Idomeneo de Mozart y Las estaciones de Haydn incluyeron rugientes tempestades entre sus pentagramas; las sinfonías pastorales –Cannabich, Dušek, Leopold Hoffman– constituyeron todo un subgénero en el entorno vienés inmediato a Beethoven; pero solo en la sinfonía «Pastoral» la naturaleza dejó de ser un conglomerado de clichés para convertirse en la «Naturaleza» de los filósofos del Idealismo alemán –la contraparte y complemento necesario del «Espíritu»–, una fuente musical a la que acudirán sucesivamente Berlioz, Liszt, Wagner... hasta llegar a Mahler. Otro filósofo inspiró, a través de su célebre diálogo socrático dedicado al amor, la Serenata basada en el «Banquete» de Platón, compuesta por Leonard Bernstein en 1954 y que constituye su única incursión en el género concertante para violín. Dedicada a Isaac Stern, quien la estrenó ese mismo año en Venecia junto al compositor y a la Filarmónica de Israel, la obra fue compuesta de forma simultánea a su opereta Candide. Situada a medio camino entre el desenfado de la comedia musical y el peplum stravinskiano –Edipo rey, Apolo, Perséfona, Orfeo–, su deliciosa factura neoclásica explica su creciente consolidación en el repertorio solista para violín.
