Sinfónico 07

Sincretismo, eclecticismo, pastiche, son tres formas de referirse a un universal de la música de todos los tiempos: la mezcla. El arte barroco de la variación, la intensidad de los ritmos urbanos y la lírica factura de un concierto brahmsiano se superponen en el Concierto para violín (2005) del británico Thomas Adès, un hechizante tríptico basado en la armoniosa cadencia de las órbitas planetarias. Otro gran experimentador en el solapamiento de técnicas y estilos –Ígor Stravinski–, se limitó esta vez a redimensionar la escena del pájaro azul del ballet La bella durmiente en su adaptación de 1941, destinada a una orquesta estadounidense diezmada por el llamamiento a filas con motivo de la II Guerra Mundial. Pese a su éxito, este tipo de reciclajes musicales despertaron las sospechas de ciertos guardianes del progreso, que los consideraron simples escaramuzas para disfrazar tendencias retrógradas. El más severo de ellos –cómo no, Theodor W. Adorno– tuvo que hacer una deslumbrante pirueta intelectual para justificar el presunto involucionismo del último Beethoven. Gracias a ella hablamos de su «tercer estilo», del cual la Octava sinfonía sería una temprana muestra, merced a su concisión y a la incorporación – tras cinco sinfonías sin él– de un minueto.