«Cantate Domino canticum novum»..., así resonaría el Salmo 149 de Dvořák de no haber escogido su autor la traducción al checo, procedente de la histórica Biblia de Kralice, de estos versículos. Pese a su fe católica, el compositor recurría a un símbolo del luteranismo patrio para subrayar su credo nacionalista con un exaltado texto litúrgico que llamaba a «ejecutar la venganza entre las naciones», emulando la retórica bíblica sobre los pueblos opresores y oprimidos que con tanto éxito había explotado Verdi en su Nabucco. El triunfo londinense de su monumental Stabat mater animó a la Sociedad Filarmónica de esta ciudad a encargar a Dvořák una nueva sinfonía, pero su estatus recientemente adquirido como compositor de talla internacional le empujó en esta ocasión a dejar de lado el colorido folclorizante que animó el resto de sus sinfonías y hacerse valer por sus méritos estrictamente sinfónicos. Con la Séptima –estrenada solo unos meses antes que la Cuarta de Brahms–, el autor checo creó su sinfonía más ambiciosa y de tintes más trágicos. Una obra que, sin haber alcanzado la popularidad de sus sucesoras, se prestará a mostrar sus secretos a todo aquel dispuesto a brindarle una atenta escucha.
