Comparadas con otras obras de Béla Bartók de inspiración folclórica más directa o de lenguaje más vanguardista, el Divertimento para cuerdas resulta una pieza de contornos más clásicos. Reminiscente del concerto grosso barroco y de los divertimentos dieciochescos –un género destinado a la amenización de eventos sociales–, la obra conserva plenamente el sustrato nacional húngaro característico de su autor. Su composición, auspiciada por el filántropo suizo Paul Sacher supuso además un último momento de paz antes de su forzada emigración a los Estados Unidos por el inicio de la II Guerra Mundial, un amargo periodo marcado por las penurias y la enfermedad. Felix Mendelssohn se propuso desde joven restaurar las formas musicales más nobles del pasado –entre ellas, la sinfonía– en contra de las modas musicales de carácter frívolo que París comenzó a irradiar por toda Europa durante las primeras décadas del Romanticismo. Aunque la compuso con apenas 24 años y en ningún momento la juzgó digna del legado beethoveniano –su objetivo último–, la sinfonía «Italiana» cosechó un extraordinario éxito para su autor gracias a la ligereza de su inspiración, lo ordenado de su planteamiento y la variedad y certero poder evocador de sus estampas musicales.