Las obras de Mahler se exponen a toda suerte de interpretaciones, muchas de ellas concebidas en el diván del psicoanalista o desdibujando las propias intenciones del compositor. Mahler es autobiográfico hasta cuando no quiere serlo -una interpretación- pero también es explícito cuando define sus propias obras. Y conocemos que su idea de la «Tercera», explicada a Bruno Walter, no obedecía a recrearse en la concepción beethoveniana de la naturaleza -se ha «interpretado» que la «Tercera» es la «Pastoral» de Mahler- ni a la consecuente exaltación romántica de las tempestades ni al recreo piadoso de los arroyos, sino al misterio dionisiaco. Mahler se retrataba a sí mismo como Pan en el laberinto del bosque. Y rendía culto a Dionisos -dios extático que abarca el poder creador de la vida- asumiendo implícita o explícitamente las lecturas de Nietzsche, de tal manera que la interpretación de la obra no necesita tanto un biólogo como un mediador pagano y lisérgico. Por ejemplo, David Afkham, cuya entronización como director principal de la Orquesta Nacional no se explica sin el culto común al misterio de Mahler.