Dentro del exilio de ultramar, el lugar que congregó a más artistas fue el Cono Sur americano, sobre todo Buenos Aires. Allí fijaron su residencia numerosos músicos, entre ellos la compositora catalana Montserrat Campmany, cuya trayectoria resume como pocas la unidad cultural entre España y América. Desde los ocho hasta los veintiocho años se estableció junto con su familia en Buenos Aires; y tras la Guerra Civil española emprendió el viaje de vuelta desde Barcelona a la ciudad porteña, con el propósito de huir de la dictadura franquista. Allí vivió plenamente integrada en el grupo de compositores argentinos, bebiendo de las escalas incas y estimulada por la labor de jóvenes creadores como Alberto Ginastera.
Aunque en menor medida, el exilio americano se difuminó también por países como Santo Domingo, Cuba, Venezuela o Puerto Rico. A este último arribó la compositora María Rodrigo en 1951, provista de un sólido catálogo que incluía obras de gran formato –algo poco frecuente en la producción femenina–. Entre ellas destacan las Rimas infantiles (1930), integradas por cinco movimientos que conjugan la inspiración popular con la escritura orquestal depurada, propia de la vanguardia neoclásica.
Sería negligencia cerrar este ciclo sin recordar a tantas compositoras que permanecieron en España durante el franquismo, pero fueron apartadas de su profesión, ya fuera por razones políticas, o por el estigma social que acabó silenciándolas. Ese exilio interior afectó de manera particularmente cruenta a María de Pablos, una compositora brillante, ingresada por razones dudosas en un sanatorio psiquiátrico, donde permaneció como enferma crónica desde los años cuarenta hasta su muerte.
Autor | Pieza |
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Montserrat Campmany
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Visión sinfónica [12’]
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Alberto Ginastera
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Suite de Estancia [14’]
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María Rodrigo
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Rimas infantiles [18’]
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Roberto Sierra
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Fandangos [11’]
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María de Pablos
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Ave verum, para coro y orquesta [5’]
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