Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), definía «retablo» como la caja o armazón del teatrillo de marionetas. Poco después, Cervantes incluyó en la segunda parte de Don Quijote de la Mancha el célebre episodio en el que el caballero manchego presencia la liberación de Melisendra por Don Gaiferos en un teatrillo ambulante, hasta que, enardecido, irrumpe en la representación y destruye el retablo y los títeres.
Para recrear el universo cervantino, Manuel de Falla se inspiró en cancioneros medievales —como las Cantigas de Alfonso X o el Llibre Vermell— y en obras de autores señeros del Siglo de Oro español, como Francisco Salinas, Antonio de Cabezón y Francisco Guerrero. Imbuida de una estética neoclásica puntera en su tiempo, El retablo de Maese Pedro (1923) no pretende ser un ejercicio de nostalgia. Al contrario, su frescura y modernidad la convierten en una de las óperas de cámara más originales y versátiles del siglo XX.
Autor | Pieza |
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Manuel de Falla
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El retablo de Maese Pedro [26’]
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