David Afkham dirige a la Orquesta Nacional de España (ONE) el viernes 22 de agosto en el Auditorio Kursaal de San Sebastián, dentro de la programación de la Quincena Musical de San Sebastián. En programa, la compilación sinfónica que Lorin Maazel hizo de la tetralogía wagneriana El anillo del nibelungo, un gran fresco orquestal que recoge en algo más de setenta minutos los principales temas del ciclo wagneriano y que se conoce con el título de El anillo sin palabras.
La ONE y su director titular y artístico David Afkham vuelven a presentarse juntos en la Quincena Musical después de haberlo hecho en agosto de 2021, en aquella ocasión junto al violinista Leonidas Kavakos. Esta nueva actuación en San Sebastián será el primer concierto del conjunto nacional tras el paréntesis veraniego, prólogo a conciertos en los festivales de Soria y León, los días 11 y 12 de septiembre, y al inicio de la temporada de abono, ya en octubre, con la versión de concierto de Wozzeck, de Alban Berg.
Para esta presentación en el Kursaal donostiarra, la ONE recurre a una obra que ya interpretó en diciembre de 2024 en su ciclo sinfónico en el Auditorio Nacional, entonces bajo la dirección de Josep Pons. Sobre la gran partitura wagneriana en la versión de Maazel, que requiere una plantilla de cien músicos, escribía Ramón Puchades en las notas al programa que acompañaban la interpretación madrileña: "La compilación que escucharemos en este concierto, titulada Der Ring ohne Worte, es obra de Lorin Maazel (1930-2014), legendario director de orquesta estadounidense nacido en Francia, y contiene veinte fragmentos episódicos extraídos de El anillo del nibelungo, presentados sin interrupción y estructurados de manera cronológica. Es imperativo decir que, con el caudaloso Rin como testigo, entre la primera escena de Das Rheingold, protagonizada por las ninfas custodias del oro, y la inmolación de Brünnhilde e inmediata destrucción del Valhalla —Götterdämmerung— median quince horas de intenso contenido dramático. Así pues, condensar esta gigantesca epopeya en setenta minutos de música y pretender con ello que la audiencia comprenda la magnitud épica de la obra, se nos antoja una empresa cuasi herética e imposible de llevar a cabo. Sin embargo, es cierto que la materia prima de la que se parte es subyugante y poco menos que irresistible; un preciado mineral aurífero cuya veta se halla en las profundidades telúricas de un intelecto sin parangón, inmerso durante lustros en una tierra mítica habitada por dioses, semidioses, ondinas, gigantes y enanos. Es plausible, empero, que la fuerza y voluptuosidad innegables de los episodios orquestales que vertebran El anillo, utilizados como poderoso vehículo narrativo, logren mitigar en cierta medida la disociación de música y drama, así como la ausencia de una estricta y fiel representación escénica. En todo caso, y aunque el motivo inicial de tal síntesis sinfónica pueda parecer más bien prosaico, hay que reconocer que la voluntad de acometer tan titánico trabajo merece no poca consideración, pues, aun con la música descontextualizada y desprovista de su ropaje poético, el viaje iniciático al universo pagano y mitológico de la obra está más que asegurado".
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