UN VIOLÍN PARA UNIRLOS A TODOS

Usted está aquí: Inicio / Actualidad / UN VIOLÍN PARA UNIRLOS A TODOS

Por Gonzalo Lahoz (Crítico Musical)

Antonín Dvorák completó tres conciertos para instrumento y orquesta a lo largo de toda su carrera: en un extremo, el conocidísimo y culminante Concierto para violonchelo en si menor, op.104; escrito en su mejor madurez y tras su regreso de América, en una exaltación máxima de los valores que le dieron justa fama. En el otro, podríamos colocar su Concierto para piano en sol menor, op.33; terminado casi 20 años antes e influenciado por el pianismo de Brahms. Este último, como veremos, guarda especial relación con el violín de Dvorák, aunque a través de varios derroteros. En medio, el Concierto para violín, op.153. Estrenado en 1883, Dvorák se entregó a su composición tras conocer al violinista Joseph Joachim en 1878. A él quiso dedicarle la partitura y con él esperaba estrenarla, pero este, conservador como él sólo, vio demasiados atrevimientos en la obra y declinó toda oferta de Dvorák.

Joseph Joachim no era precisamente un violinista cualquiera

Y es que Joseph Joachim no era precisamente un violinista cualquiera. Fue el maestro de decenas de ilustres nombres que vendrían después, fundó el que sería considerado como el mejor cuarteto de cuerda de toda Europa, el Joachim Quartet (con el que no obstante estrenó varias obras de cámara de Dvorák) ; fue el primer violinista en acudir a los estudios de grabación y resultó una figura indispensable en la defensa del romanticismo alemán como se había conocido hasta sus días. Él, que venía de familia bien, emparentada con los Wittgenstein, de cuyos salones surgieron, como bien sabemos, un eminente filósofo y un insigne pianista, fue pronto uno de los favoritos de Mendelssohn, junto al también violinista Ferdinand David. No llegaba a los 13 años de edad cuando bajo su batuta interpretó en Londres el Concierto para violín de Beethoven. El éxito fue rotundo. Su fama inmediata. 

Fallecido Mendelssohn, instalado ya como profesor en Leipzig y ocupando el primer atril de la Gewandhausorchester de la ciudad, decidió marchar a Weimar para ayudar a Liszt en su “cruzada” contra el tradicionalismo de la música alemana, pero las nuevas formas del virtuoso pianista, las de Berlioz y las de por supuesto Wagner, no terminaban de cuadrar a Joachim, por lo que terminó en Hannover, junto a Robert Schumann y su mujer Clara Wieck… y por descontado al lado de Johannes Brahms, quien le dedicó su Concierto para violín, (también el Doble Concierto como ofrenda de paz, tras posicionarse a favor de su mujer durante su divorcio) estrenándolo un 1 de enero de 1879 junto a la Gewandhausorchester Leipzig. No sólo eso, a él recurrió para poder completar la parte solista. Los consejos de Joachim fueron escuchados a la forma de Brahms. Lo que le interesó, sí. Lo que no le interesó, no. Eminencias como Wieniawski o el pamplonés Sarasate se negaron a tocarlo al sentirse poco protagonistas, en aquella senda que Schumann iniciase con su Concierto para piano. Eso sí, la cadenza más escuchada, aunque aquí muchos han metido mano a lo largo de los años, es la suya.

Las posiciones de unos y otros, la de los conservadores Joachim, los Schumann y Brahms frente a la de la nueva música de Liszt y Wagner, alcanzó cierta importancia – que no pasó en realidad de lo académico y formalista - bajo el nombre de la “Guerra de los románticos”. En esta lid, Liszt presentó el no va más de la forma: el  poema sinfónico, diciendo aquello de “el vino nuevo necesita odres nuevos”. Queda así perfectamente entrelazado el programa que nos presenta la Orquesta Nacional de España del 22 al 24 de junio, donde David Afkham une el Concierto para violín de Dvorák, con Isabelle Faust como invitada, junto al poema sinfónico de Richard Strauss: Sinfonía Alpina, el último que escribiese el compositor alemán y una de las máximas representaciones del género.

Joseph Joachim supuso un violín para gobernar a todos aquellos románticos alemanes anteriores y contemporáneos

Parafraseando a Tolkien y teniendo en cuenta el escaso cuerpo de obras para violín solo o violín solista en el catálogo de Wagner o Liszt; Joseph Joachim supuso un violín para gobernar a todos aquellos románticos alemanes anteriores y contemporáneos. Un violín para encontrarlos, un violín para atraerlos a todos y atarlos… en las tinieblas. Lo de las tinieblas hay que analizarlo, pero supongo que así es como se verían en el triunfo de la Gesamtkunstwerk del reino de Wagner-Sauron.

Sea como fuere, a través de sus manos quedan unidos Beethoven, Mendelssohn, Schumann y Brahms. Los cuatro grandes como él bien recalcaba, pero también Bruch, por supuesto Bach y… quisiera él o no, Dvorák.

Por cierto, quien finalmente estrenó el concierto del compositor checo fue Frantisek Ondricek, que no era precisamente un violinista desconocido en su país. Fue también compositor, como Joachim pero, tal vez, para trascender más allá de la interpretación, y ser recordado como el alemán, le faltase implicarse con la música más allá de la música.

Curioso además, volviendo a la noche del estreno del concierto de Brahms, que Joachim lo uniese al de Beethoven en la misma velada, y es que tanto unos como otros coincidían en que el compositor de Bonn debía ser el dios al que encomendarse. Ya saben, está feo renegar de un padre.

 

Suscríbase al boletín mensual OCNE  para recibir cómodamente nuestros artículos, noticias y programación.

archivado en: