También la corregidora es guapa

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Manuel de Falla y María Lejárraga

por Gonzalo Lahoz

 

George Sand, Fernán Caballero o Currer Bell son quizá los ejemplos más conocidos de aquellas mujeres que durante siglos tuvieron que renunciar a sí mismas, al menos a sus nombres, para poder dar a conocer su arte. Decía Virginia Woolf que mucho tiempo pasaría antes de que una mujer se sentase a escribir y no surgiese un fantasma que eliminar. Detrás de esos fantasmas, la mente de algún hombre y tras el particular de la riojana María de la O Lejárraga (1874-1974), su marido Gregorio Martínez Sierra. Con su nombre hubo de publicar la mayoría de sus escritos, siendo relegada a mera “colaboradora” de unas obras que, en realidad, eran suyas.
Los próximos 19 y 20 de enero, la Orquesta y Coro Nacionales de España nos acerca de nuevo a una de las más conocidas: El sombrero de tres picos, musicado por Falla, junto al Concierto para violín nº2 de Prokofiev, Shéhérezade de Ravel y el estreno de Herbe de dune, de José Manuel López.

Las aventuras del molinero y su mujer recogidas en El sombrero de tres picos de Alarcón, cuya narrativa influenció, ahora lo sabemos, a plumas como la de Emilia Pardo Bazán,  toman un desenlace diferente al original, con cierto aire de adoctrinamiento moral y que es pura maravilla en cuanto a la forma en que se resuelve el enredo cómico-amoroso formado por las clásicas dos parejas – los molineros y los corregidores -. “También la corregidora es guapa”, se repite una y otra vez el tío Lucas, subido a su borrica y camino de la ansiada venganza en la cama de la corregidora, suponiendo que su mujer le ha sido infiel con el corregidor.
Pero la corregidora, Doña Mercedes Carrillo de Albornoz y Espinosa de los Monteros, es mucho más que guapa. Es quien pone las cosas en su sitio y a cada uno en su lugar. Aquí, en este realismo costumbrista, no hay espacio para el “Contessa perdono” mozartiano y el corregidor, tras intentar engañar a su mujer con otra, termina el resto de sus días en la cárcel, lejos de su esposa y sus hijos. Sin perdón, sin contemplaciones de aquella tras humillarle con supina elegancia delante del alcalde y el servicio. “Por lo que a mí toca, no hay ya, ni habrá jamás, razón ninguna que me obligue a satisfacerte; pues te desprecio de tal modo, que si no fueras el padre de mis hijos, te arrojaría ahora mismo por ese balcón, como te arrojo para siempre de mi dormitorio.—Conque, buenas noches, caballero”.
Por su parte, molinera y molinero regresan felices al molino tras aclararse el malentendido, en una relación que desde el principio se nos presenta, en manos de Alarcón, naturalizada, cómplice, desacomplejada. Son ideas que chocan, de forma estrepitosa, con la decisión de María Lejárraga de replegarse ante el nombre de su marido hasta el fin de sus días. Incluso cuando este tuvo una hija con la primera actriz de su compañía, hecho que les llevó a la separación, pero no al cese de su “colaboración”. Ironías de la vida, el texto que da vida a la obra de Falla comienza con “Casadita, casadita, cierra con tranca la puerta, que aunque el diablo esté dormido, a lo mejor se despierta”.

Lejárraga dio voz durante la República a nombres como Machado, Darío, Unamuno o Jiménez; introdujo a Stanislavski y el simbolismo de Maeterlinck en nuestro país y apoyó siempre la igualdad entre hombres y mujeres

Lejárraga dio voz durante la República a nombres como Machado, Darío, Unamuno o Jiménez; introdujo a Stanislavski y el simbolismo de Maeterlinck en nuestro país y apoyó siempre la igualdad entre hombres y mujeres, defendiendo el sufragio universal y siendo diputada socialista por Granada durante la Segunda República. Así, llegó a definir el feminismo como aquello que “se funda en la mutua tolerancia que cabe entre iguales, no en la rencorosa y degradante sumisión del que es menos, opuesta a la egoísta tiranía del que se cree más”.
Por ello, cabría pensar en el pragmatismo de la firma de su marido como autor de sus textos en la época que les tocó vivir y deducir, por qué no, que en realidad prácticamente el cien por cien de los supuestos textos de Gregorio fueron, efectivamente, suyos. Claro está en la relación con Manuel de Falla. Ya se ha reivindicado a la riojana – y su feminismo - como la autora de El amor brujo. Hagámoslo también con El sombrero de tres picos.

Falla acudió al matrimonio ante el requerimiento del mecenas y empresario ruso Serguei Diaghilev, quien quiso dar forma de ballet a sus Noches en los jardines en España y a lo que el compositor se negó. Como alternativa, el gaditano planteó las andanzas de los molineros, que no sólo inspiraron a Alarcón sino que, de una forma u otra, llegaron hasta personalidades tan dispares como Hugo Wolf, Torcuato Luca de Tena o Pablo Luna. Diaghilev hizo corregir el primer trabajo en forma de pantomima, redondeando y puliendo una obra ahora universal.

Ya se ha reivindicado a la riojana – y su feminismo - como la autora de El amor brujo. Hagámoslo también con El sombrero de tres picos.

El éxito del estreno, un 22 de julio de 1919 en el Alhambra Theatre de Londres (el nombre no podía estar mejor escogido), fue fulgurante, el espaldarazo definitivo que la carrera del compositor necesitaba. No se reparó en gastos para conseguirlo. Diaghilev contrató a Léonide Massine como coreógrafo, Ernest Ansermet desde el foso y Pablo Picasso en la escena. ¿Quién podría resistirse? Pero no fue sólo eso, la música de Falla es una de las más sugerentes e inspiradas del autor… ¡y estamos hablando de Falla! Un increíble despliegue de colores, texturas y folclore, en la siempre buscada unión entre lo clásico y lo moderno por parte del compositor. Una historia costumbrista, representada por el modernismo más actual. Massine disponiendo que el corregidor fuese manteado en el último cuadro cual pelele goyesco, con imaginario visual de Picasso, ha de ser por fuerza una de las mayores genialidades que se hayan subido a un escenario. Un éxito del que todos* bebieron antes o después (Falla no llegó a ver al estreno al recibir un telegrama anunciándole las últimas horas de su madre enferma)… excepto María de la O Lejárraga.

En su autobiografía, cuyo título – y contenido- “Gregorio y yo” sigue siendo una bestial autorrenuncia de sí misma, Lejárraga escribe: “Siempre he asistido como espectadora a mis propios conflictos y, gracias a un peculiar desdoblamiento, todas mis actividades me parecen ejecutadas por otras personas».



* En realidad, no sólo ella. El bailaor Félix Fernández, contratado por Diaghilev para que ilustrase a Massine en el arte del baile flamenco, sufrió tal crisis nerviosa al ver que su nombre desaparecía de todos los carteles tras su trabajo, que terminó sus días recluido en un sanatorio mental londinense.


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