LA VANGUARDIA DE VOLVER ATRÁS

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Stravinsky y su 'Oedipus Rex'

Gonzalo Lahoz, crítico musical

                                                                                                               

Tras Morir de amor, la Orquesta y Coro Nacionales de España no nos deja coger aire. Ha llegado el momento de Arrancarse los ojos; de la mano de Stravinsky y su Oedipus Rex, en manos del director honorario de la formación: Josep Pons, con uno de sus compositores fetiche. Al finalizar la temporada, nos van a tener que recoger con pala, ya ven.  Sófocles a través de la vanguardia francesa, aunque con apellido ruso. Y todo ello impulsado por un genio de las letras llamado Cocteau. Este Edipo de Stravinsky es puro neoclasicismo, obvio. Una vuelta al pasado sin volver al pasado, rescatando los planteamientos estéticos y formales de tiempos anteriores. Últimamente estoy a vueltas con una de las grandes sentencias en esto de la música, que dejó dicha Robert Gerhard, de quien ahora se cumplen 50 años de su muerte: “Aquellos que mantienen viva una tradición no son los que se conforman, sino los que la transforman”. Lo consuetudinario como vanguardia. También se aplica aquí.

Quizá una de las claves definitivas sobre este nuevo camino llamado neoclasicismo, a la francesa definitivamente, aunque con sus ramificaciones e influencias, la diese Satie (al que Cocteau pretendió alzar como abanderado de la modernidad) sin ni siquiera proponérselo: “La vuelta a la sencillez clásica, con sensibilidad moderna”, tal y como él mismo comentase tras su Socrate sobre textos de Platón. Un “drama sinfónico”, que tiene poco de sinfónico, mucho de recitado, menos de drama y más de cantata a la antigua usanza. Un trabajo simple como sinónimo de desnudez, de ligereza, de mensaje directo. La “vuelta a la sencillez” no es más que un paso más en la evolución de la música. Al menos lo que puede entenderse como evolución tangencial y como el propio Stravinsky afirmó en algún momento, sin cancelar las verdades que se han alcanzado anteriormente… o paralelamente, por mucho que él renegase del dodecafonismo. “Volver no significa necesariamente volver atrás”, que decía Bergamín. Stravinsky sigue siendo Stravinsky en su neoclasicismo, como Picasso sigue siendo Picasso desde su época azul hasta el surrealismo, o Carpentier sigue siendo Carpentier en su barroquismo.

En cualquier caso, el neoclasicismo supone más a nivel personal del músico ruso. Es un encuentro consigo mismo, con unas formas propias. El paradigma de un lenguaje, de un mundo propio que buscaba diferenciarse… y la maravilla es que lo consiguiese mirando a los maestros. Unos años antes ya había escrito su Octeto, considerado por algunos como su primera obra plenamente neoclasicista (aunque ya estaba Mavra), potenciándose esta nueva corriente paralelamente a su mayor desarrollo como pianista, que le llevó a apreciar mejor las sonatas de Haydn, Mozart o Beethoven (al que nunca mostró mayores simpatías). No hay más que escuchar sus partituras inmediatamente posteriores, como el Concierto para piano e instrumentos de viento, la Sonata para piano (su Adagietto es una muestra clarísima), o la Serenata en la para piano (en emulación de la Nachtmusik del XVIII). Busca con todas ellas, en sus propias palabras, alejarse de las “sonoridades densas” y la “opulencia orquestal”. Es este el camino que le llevará hasta su ópera El progreso del libertino y donde destacarán, entre tanto, ballets como Pulcinella, Apollon musagète, Orpheus, o Perséphone.  Más allá de sus propios compases, aunque sin extenderme por la falta de espacio, debo apuntar su influencia sobre el Falla parisino, con su superlativo Concierto para clave como mayor deuda y, por extensión, el influjo sobre los hermanos Halffter.

Para la gestación de Oedipus Rex, regreso a Cocteau. El único integrante no músico del grupo de Les Six, abanderado como apuntaba anteriormente de la vanguardia francesa, rehuía de Wagner y de su “niebla”, al mismo tiempo que apuntaba al final de una etapa francesa, habiendo quemado ya todos los barcos del Impresionismo: “ya tenemos suficientes nubes, olas, acuarios, espíritus marinos y escenas nocturnas. Lo que necesitamos es que surja de la tierra una música de cada día”. Ya ven que de la quema no se salvaba ni Debussy. Ni siquiera, de alguna manera, ¡el propio Stravinsky! Y aquí hay un enroque un tanto contradictorio, porque al compositor, Cocteau también le recordaba al drama wagneriano (porque sí, ahí están sus múltiples visiones sobre Orfeo, pero también el tristanesco L’Éternel Retour junto a Delannoy)… y al poeta no terminó de convencerle la mismísima Consagración de la primavera (“snobismo, supersnobismo y snobismo invertido”, ya saben), bajo “el hipnotismo de Bayreuth”. En cualquier caso, al final, ahí están los acordes wagnerianos, como el propio Stravinsky indica, en la partitura de Oedipus. Queda claro que el neoclasicismo no tiene por qué apuntar estrictamente hacia el Clasicismo.

La cuestión es que Stravinsky admiraba la versión teatral que Cocteau había realizado de la Antigona de Sófocles, una más de sus sensacionales “contracciones”. “Era necesario copiar una obra maestra y encontrar con un simple rasgo negro el poder del detalle y de los colores (…). Despejo, me concentro y retiro la materia muerta que recubre a la materia viva en un drama inmortal”. En un par de años la obra estuvo terminada, llevada en secreto durante su creación y entregada como regalo a Diaghilev, por el 20 aniversario de sus Ballets Rusos. Fue estrenada entre dos de sus espectáculos. En versión concierto, sin vestuario, sin escenario… El empresario lo tuvo claro: “un cadeau trés macabre” (un regalo muy macabro).

El neoclasicismo surge, nos arrolla más bien, a través del lenguaje y su forma de tratarlo de manos de Stravinsky

Oedipus Rex es clasificada como una ópera, como drama musical, como cantata, como oratorio… es única en su género, sea el que sea, ciertamente. Es una ceremonia que también tiene parte de ritual, con el lenguaje como una de sus mayores virtudes. La fuerza de una lengua “muerta”, el latín, que como el compositor afirmó, es en realidad “un medio no muerto, sino convertido en piedra. Tan monumentalizado como para haberse vuelto inmune a cualquier riesgo de vulgarización”. El neoclasicismo surge, nos arrolla más bien, a través del lenguaje y su forma de tratarlo de manos de Stravinsky. Por lo demás, nos encontramos ante una sucesión de escenas ciertamente monumentales, con personajes estáticos, inamovibles como estatuas (una suerte de cariátides y atlantes), donde en principio sólo podían mover brazos y cabeza y donde sólo el narrador (en castellano, en esta ocasión) tiene cierta libertad de movimiento por la escena. Este último, por cierto, fue introducido con calzador por Cocteau, para conseguir que el drama llegase de forma más directa al público. Decisión por la que el compositor se daría de cabezazos durante el resto de su vida.

Aprovechando que nos encontramos a las puertas del 250 aniversario de Beethoven, cierro aquí con un curioso recurso (porque aquí no es homenaje) que podemos escuchar en el aria de Jocasta cuando, hablando del destino, Stravinsky recurre al insalvable motivo beethoviano de cuatro notas en su Quinta sinfonía. ”Ne probentur oracula, quae Semper mentiantur”, dice el personaje. “No creáis en los oráculos, mienten. Los oráculos son embusteros”. Ahí queda eso.

 

Disfrutaremos de 'Oedipus Rex' y dos obras más de Stravinsky, junto con las 'Letanías a la Virgen Negra' de Poulenc el 8, 9 y 10 de noviembre. Aquí tiene toda la información y entradas.

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